Zoila Cáceres, vecina del barrio Batahola Norte (Managua), comenzó a trabajar en 2010 en una empresa de zona franca y siguió haciéndolo a lo largo de doce años, hasta que la gran cantidad de pelusa de la tela que se le acumuló en los pulmones la enfermó a tal grado que tuvo que buscar atención médica para tratar de recuperar su salud. Una semana después que un médico le aprobó su segundo subsidio, fue despedida de la fábrica en donde había laborado los últimos tres años. “Así ocurre en esas zonas francas: mientras no fallás ni un día sos buena trabajadora, pero si faltás por enfermedad, ya no servís para ellos”, reflexiona. Entre los trabajadores de empresas adscritas al régimen de zona franca hay una colección de historias que tienen como común denominador: una actitud patronal de “quejate donde querás”, y “vos ya sabías a lo que te atenías al entrar a trabajar en una empresa de zona franca”, lo que se explica por la ausencia de sindicatos independientes, o un Ministerio del Trabajo (Mitrab) que sirvan de contrapeso.